Hace un par de
años ACE Revista de Enología dedicó un monográfico
a la enología sensorial. Avanzándasose al planteamiento clásico, ese
dossier puso énfasis en la dotación molecular del vino, responsable de su
perfil organoléptico y, en consecuencia, de los efectos que produce su cata,
desde el placer sensorial que proporciona su degustación hasta la asociación
que el consumidor establece, cognitivamente, entre la cantidad de materia
colorante percibida y las propiedades beneficiosas del vino para la salud. En
aquel momento se proponía la lectura de las dos revisiones que presentábamos,
una sobre las moléculas de importancia sensorial
en el vino y la otra sobre el papel del
aroma en el control de calidad de este producto y las herramientas utilizadas
en su determinación. Las tecnologías analizadas incluían instrumentos
que empezaban a resultar vagamente familiares para la inmensa mayoría de
profesionales de la enología, tales como las narices electrónicas o la
espectrometría de masas. El dossier incluía un repaso a los procesos enológicos
que trabajan por la dotación sensorial del vino, y concluía que «la capacidad
de la enología para definir el perfil sensorial de un vino evoluciona en un
proceso condicionado por la oferta tecnológica del sector proveedor
industrial», y que «las prácticas enológicas actuales permiten crear vinos
razonablemente diseñados, de acuerdo con un mercado que empieza a manifestar
una demanda cambiante y selectiva». Aquel dossier publicado en el año 2000 ya
introducía, por tanto, dos de los pilares en los que se ha sostenido el
planteamiento del recientemente celebrado congreso de ciencias sensoriales: las
tecnologías aplicadas a la evaluación sensorial y las aplicaciones industriales
de las ciencias de la percepción.
Es evidente que
en los dos años que nos separan de aquel planteamiento se ha reafirmado la
presencia de las ciencias sensoriales en el estudio de la dotación de un vino y
de su consecuencia sobre la aceptación del producto y su perfil. Desde esta perspectiva,
no sólo descriptiva sino científica y de desarrollo e innovación (las
omnipresentes I+D+I), hay que retroceder un paso más para alcanzar una visión
global. Por ello, este segundo monográfico dedicado a la enología sensorial,
toma como referente la estructura del congreso del I
Encuentro de Ciencias Sensoriales y de la Percepción, CS2002, celebrado
en Barcelona a principios de verano de este año.
El escenario
dibujado en el transcurso de las sesiones se consiguió invitando, casi
obligando, a todos los participantes a seguir de cerca el hilo argumental
propuesto, y que partía de los principios científicos de las ciencias
sensoriales hacia el análisis sensorial de los alimentos, ocupando el vino un
espacio destacado en estos aspectos, siguiendo el camino trazado hacia la
aplicación de las nuevas tecnologías a estas disciplinas y analizando las
aplicaciones industriales en productos de gran consumo, entre los cuales
destaca, de nuevo, el vino.
El espacio
argumental del encuentro, que se solapa con el de la nueva enología sensorial,
parte de los principios científicos que rigen la sensorialidad y la percepción.
Saber cómo funcionan los sentidos se hace imprescindible para comprender el
impacto del vino sobre el consumidor. No es desaforado, sino al contrario,
imprescindible, retroceder hasta los principios de la psicobiología o la
neurofisiología para comprender los mecanismos de nuestra percepción del vino.
Los retos de las ciencias sensoriales, entre los cuales destaca la necesidad de
establecer una metodología robusta y consistente, son los mismos que se repiten
en el ámbito de la enología. El segundo aspecto a diseccionar en este innovador
trayecto es determinar el espacio y los límites del análisis sensorial. Aquí los
productos de consumo, susceptibles de establecer una relación con el consumidor
basada en la información que le llega a través de los sentidos, son los
objetivos a identificar y a formular. Las herramientas al servicio de este
análisis, tanto instrumentales como estadísticas, son las que finalmente
permiten poner a la ingeniería al servicio de la sensorialidad. Las
herramientas son, pues, los componentes del tercer espacio argumental del
encuentro, el tecnológico, clave en esta nueva enología sensorial que ya no se
limita a ser descriptiva. El desarrollo de nuevos sistemas que imitan a
nuestros sentidos ha avanzado de la mano de las nuevas tecnologías informáticas
y biotecnológicas. Ello nos permite hablar de narices, lenguas, e incluso de
cerebros electrónicos. Finalmente, el hilo argumental del Encuentro CS2002
llega a las aplicaciones industriales de las ciencias sensoriales, las más
potentes de las cuales son el control de calidad del producto elaborado y su
proximidad a los gustos del consumidor. Cada producto requiere estrategias de
márketing bien establecidas, que pasan necesariamente por el establecimiento de
un perfil sensorial mediante el análisis continuado.
El eje
argumental presentado, los avances producidos en cada uno de los campos son un
punto de partida para el resto, de manera que siguiendo el hilo de las
diferentes sesiones se desprenden ciertas evidencias, algunas de las cuales
deben tener una poderosa influencia en la nueva enología, y entre las que
destaca el hecho de que el análisis sensorial ya no es una técnica subsidiaria
al servicio del mundo de la cata, sino que abarca muchos de los rincones que
ocupan las dispersas ciencias sensoriales, a través de las que este análisis
aporta una nueva visión de la organolepsis del vino.
En este sentido,
el presente dossier como el de hace dos años, vuelve a incidir en la dotación
sensorial del vino, a través de la ponencia presentada en el CS2002 por Vicente
Ferreira (¿Puede el aroma del vino explicarse con
una ecuación química?). Esta vez lo hace con un planteamiento que va
más allá de la descripción. Tratar la dotación molecular del vino en los
términos en que lo hace este ponente es avanzarse a los planteamientos actuales
de la enología, al preguntarse si la complejidad de la mezcla aromática de sus
componentes es traducible en una fórmula química. Su respuesta, y todo el
proceso que le permite llegar a ella, constituye un gran paso hacia delante,
que refleja los intereses de la nueva enología sensorial y que, como se ha
dicho, han impulsado los planteamientos del congreso. Lo dice Ferreira en sus
conclusiones: «hay que seguir avanzando en paralelo con otras disciplinas
científicas asociadas, como la fisiología o la neurofisiología o las ciencias
sensoriales en general, lo que es tarea de todos», y lo han dicho quienes han
diseñado el encuentro: «su objetivo era la confluencia de las diferentes
disciplinas que componen las ciencias sensoriales: la neurofisiología, la
ingeniería computacional...».
Además de la
formulación del vino, este monográfico propone, de nuevo, las herramientas
analíticas empleadas en la detección de los aromas. Se retoman las narices
electrónicas, término que tiene algunos detractores entre los expertos
sensoriales, dado que sus detectores no utilizan las mismas propiedades
fisicoquímicas que las células olfativas para identificar los odorantes y que
no son capaces de tener en cuenta la dimensión hedónica de un aroma, pero que
resultan de enorme utilidad en numerosas aplicaciones industriales. Por otro
lado, estos instrumentos comparten un objetivo con el sistema olfativo humano,
relacionar aroma y respuesta, percepción y memoria.
La ponencia de
Olga Busto (La
nariz electrónica: una nueva herramienta para analizar el aroma) nos acerca a la auténtica dimensión científica de
las prótesis sensoriales que la tecnología nos empieza a ofrecer. Dejando al
descubierto la posible indiferencia del origen y el apoyo de las señales de
naturaleza sensorial que llegan a nuestra mente y la trascendencia de la
interpretación: el vino, en tanto que fuente de información sensorial es
cognición.
|